Sitio Web oficial de Paul Michael Glaser
"Nuestra habilidad para amar es nuestro poder mas verdadero, más grande como seres humanos" PMG
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Ultima actualización:
April 24, 2007 |
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INVITADO DE HONOR EN “NUESTRA CASA”Octubre 2006
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Una organización de servicios para la comunidad que provee servicios de apoyo para momentos de duelo, educación recursos y esperanza
Chad Lowe, Founder Jo-Anne Lautman, Paul and Tracy Glaser
Presentado a Paul por Chatt Lowe en honor a sus servicios y dedicación en hacer una diferencia respecto a la educación de cómo sobrellevar el duelo, o un mayor conocimiento acerca del proceso del duelo por parte de la comunidad. Cuando tenía 13 años, mi abuelo se estaba muriendo en un hospital en Florida. Recientemente, yo había celebrado mi Bar Mitzvah, y mi padre y yo volamos a Miami con su hermana y su primo. Recuerdo el estridente ruido de los propulsores del avión y una sensación de intranquilidad que hizo que el vuelo me pareciese interminable. La habitación de hospital de mi abuelo olía realmente mal, y recuerdo que no quería respirar profundamente y dejar que ese mal olor entrase en mí. La voz llorosa de mi tía resonaba a través del corredor, y yo me situé de pie al lado de la cama de mi abuelo, silenciosa y obedientemente cantándole la sección del Toráh que había memorizado para mi Bar Mitzvah. También recuerdo a mi padre, de pie a mi lado. Su mano sobre mi hombro Mi abuelo era pintor. Era un hombre bajo, de cuerpo delgado. Lo recuerdo como un hombre silencioso, muy religioso que envolvía sus brazos y cabeza con las pequeñas cajas marrones y las tiras de cuero gastado de su tefillin y rezaba cada mañana y noche. En fotografías se ven sus grandes orejas y nariz, y si mirabas de cerca, podías ver que tenía un ojo de cristal. No obstante, él nunca me pareció extraño. Siempre había tenido una característica amabilidad. Los primeros nueve años de mi vida los pasamos en una casa que mi padre había diseñado y construído en un terreno justo al lado de la casa de su padre. Tengo la noción de haber pasado un montón de tiempo con mi abuelo durante esos años. Me gusta pensar que estábamos muy unidos…aunque no estoy seguro. Lo único que recuerdo, además del árbol de pomelos enfrente de la luminosa pequeña casa blanca a la que ellos se retiraron en Coral Gables, es la mano de mi padre en mi hombro, ese horroroso olor, mi tía fuera, en el corredor de brillantes suelos azules del hospital y mi abuelo yaciendo ante mi, con su respiración trabajosa y mirándome fijamente con su único ojo. Y me recuerdo a mi mismo andando hacia la luz que salía del cuarto de baño en nuestra habitación de hotel y la silueta de mi padre apoyada en la puerta del baño y diciéndome que el abuelo había muerto. Entonces cerró la puerta, y todo fue oscuridad. Tras el funeral de mi abuelo, yo estaba mirando a través de la ventana del comedor de nuestra nueva casa a un campo y un remolino de polvo y viento apareció repentinamente y rodó perezosamente a cuesta abajo a través de un polvoriento camino que cruzaba aquel campo. Mi padre, que nunca había sido muy religioso, acudió cada mañana y tarde a los servicios de nuestro Templo durante un año y a mi me sacaron de la escuela privada a la que había estado asistiendo porque había desarrollado un caso grave de eccema, y todo el mundo pensó que en una escuela pública yo tendrá menos presión. Ese fue mi primer acercamiento a la muerte y el duelo. Algo, que como un joven, creo que sabía que tendría que experimentar en algún momento…Aunque nadie me había hablado de ello. De hecho, el tema era evitado. Mientras éramos niños, éramos protegidos de ese tema…y cuando se me hablo de él, fue en un tono solemne y callado, un tono que pesaba tan profundamente en cualquier curiosidad que acerca de la mortalidad pudiese tener, que evitar el asunto -olvidarlo tanto como fuese posible- se convirtió en una segunda naturaleza para mí. Y así es como viví los años de mi juventud. Fascinado por la morbilidad de la guerra, por los accidentes automovilísticos y por las fotos de los periódicos que mostraban a gansters yaciendo en el suelo en medio de un charco de sangre…fascinado por los muertos. Fantaseaba una y otra vez acerca de mi padre muriendo, aunque él estaba todavía vivo. Soñaba acerca de cómo sería su muerte…acerca de su funeral. De lo que yo diría y haría. Yo quería a mi padre. Anhelaba su afecto y aprobación, y aún así, ahí estaba esa fascinación por su muerte. ¿Qué significaba todo eso? Yo creo que tenía que ver con la idea de ganar poder a través de su muerte, e irónicamente, estar asustado de sentirme indefenso tras ella. Indefenso para prevenir su muerte… y en algún lugar profundo en el interior de mi inmortal juventud, ahí estaba el miedo de ser incapaz de evitar mi propia muerte. Pienso que una parte primordial de nuestro sufrimiento es nuestra incapacidad. Desde el mismo momento en que nacemos, experimentamos la sensación de ser incapaces..y entonces, experimentamos miedo. Y conforme crecemos, nuestro miedo nos crea vergüenza, porque no podemos afectar a nuestra mortalidad, y no podemos tolerar esos sentimientos de incapacidad. Hacemos todo cuanto podemos para evitar esos sentimientos, para negarlos y para hacer todo lo posible para demostrar que somos poderosos. Y aunque el miedo que sentimos de estar indefensos ante la muerte se manifiesta cuando perdemos a un ser amado, o durante una enfermedad, mortal o de otro tipo, hay otros recordatorios que llenan cada día e nuestras vidas y que a menudo somos incapaces de reconocer como la experiencia de estar indefensos y asustados. La aparentemente inocua irritación de vernos atrapados en un atasco de tráfico. De ser incapaces de ejercer ninguna influencia sobre un niño. Ser incapaces de cumplir una ansiada meta en los negocios o la vida social. El tener poca o ninguna influencia sobre nuestros líderes políticos y la dirección de nuestro país… nuestro mundo. Los sentimientos que esos recordatorios nos traen son tan intolerables e inaceptables…que nos enfurecemos con nosotros mismos y los demás. Nos aburrimos, o nos deprimimos. Nos volvemos apáticos y cínicos. Comemos demasiado, compramos demasiado, nos intoxicamos con cualquier cosa al alcance de nuestras manos o nuestras bocas, en un esfuerzo por no sentir esos sentimientos, ese miedo. Nuestras mentes y egos se centran en las cosas que poseemos, cantidades y calidades que somos capaces de medir. Filosofías y sistemas de creencias que hemos creado. Acumulamos riqueza, nos hacemos a nosotros mismos fuertes y más fuertes, cambiamos la forma de nuestro cuerpo, el color de nuestro pelo, conquistamos a otras gentes, matamos y mutilamos en nombre de lo que creemos…todo, en un intento de probar que somos poderosos. Incluso convertimos nuestro miedo en un enemigo. Y decimos cosas como “No hay nada que temer, excepto al miedo mismo” y preguntamos….como muchos aquí pueden hacer ahora mismo…¿Por qué tenemos que pensar en esto?¿Escuchar esto? ¿Por qué él tiene que decir todo esto aquí..y ahora? ¿No es bastante que tengamos que enfrentarnos a esto en la Iglesia o Sinagoga, o cuando sucede? Ya sabes…”muerte” ¿Por qué ahora? Cuando fui invitado a venir aquí, revisé renuentemente mis recuerdos acerca del duelo…que me queda de ellas... porque mi mente encuentra difícil el recordar esos sentimientos. Y pensé ¿Qué puedo ofrecer aquí? ¿Qué sé hoy acerca del duelo? Y me di cuenta, no solo de que el duelo es una parte tan real de mi vida diaria como lo es mi miedo, sino de que todos estamos pasando por un proceso de duelo. Nuestro país está pasando por un proceso de duelo. Nuestro mundo está pasando por un proceso de duelo por la pérdida de su inocencia, la perdida de su inmortalidad, la disminución de sus recursos, el aumento de la población y de la vulnerabilidad de dicha población… está pasando por un proceso de duelo porque este planeta, nuestra madre tierra es una limitada fuente de vida. Y está pasando por un proceso de duelo… de muchas formas, que tienen que ver con nuestra incapacidad para hacer algo al respecto. El estado de nuestro mundo es divulgado a través de los periódicos, la televisión, nuestros ordenadores y teléfonos móviles durante 24 horas al día, martilleándonos hasta llevarnos a una apatía, una neblina farmacéutica… una rabiosa urgencia por tener el control. Cualquier cosa con tal de evitar el tener que confrontar nuestra vergüenza y miedo a estar indefensos o tener que tratar con él. Y entonces recordé lo que he aprendido sobre el miedo. Que el dicho “No hay nada que temer, excepto al miedo mismo” nos hace un flaco favor. Porque, tanto como es parte de nuestra naturaleza humana el evitar nuestro miedo, el ser capaces de entenderlo, reconocerlo y aceptarlo es nuestro don. El entender que nuestro miedo de estar indefensos ante la muerte es tanto una parte de nuestras vidas como es el amor. Que sin el miedo, nunca seríamos capaces de ejercitar nuestro conocimiento, nuestra capacidad de sentir amor y compasión no solo hacia nosotros mismos en nuestra indefensión, sino hacia los demás. Sin nuestro miedo, nunca seríamos capaces de perdonarnos los pecados que cometemos a causa de ese miedo. Nunca tendríamos la oportunidad de ejercitar nuestra consciencia y ese aspecto de ser humano que nos sitúa aparte de otras formas de vida. Porque está incluido en nuestra habilidad el ver nuestro miedo como algo aparte, y no como lo que somos. El ser capaces de decir “Parte de mi esta asustado” En lugar de “Estoy asustado” porque “asustado” No es lo que soy. No es mi identidad. Y esa parte de nosotros que es capaz de ver la parte que está asustada, que está triste, en duelo, es la misma parte, la misma consciencia, el mismo conocimiento en cada uno de nosotros que…ahora mismo…puede vernos a cada uno de nosotros sentados y de pie aquí, hablando y escuchando...Esa parte que es capaz de vernos a nosotros mismos sintiendo y pensando…Que es quien realmente somos. Ese lugar de conocimiento es nuestra verdadera identidad. Y ese conocimiento…esa consciencia que es pensamiento...pensamiento del que todo está hecho. El aire que respiramos, la ropa que vestimos, nuestras ideas y sueños... todo hecho de pensamiento. Y la habilidad de vernos a nosotros mimos desde este lugar de consciencia aparte…de vernos en nuestra común lucha humana, para dignificar nuestra lucha contra nuestra indefensión..para vernos a nosotros mismos y experimentar y reconocer nuestro miedo común…esa habilidad nos da nuestra capacidad para ser compasivos. Para ser capaces de dignificar nuestra trayectoria con el miedo e indefensión, y nuestra humana necesidad de evitarlos. Y desde ese lugar de conocimiento, ese lugar aparte, podemos escoger ser compasivos hacia nosotros mismos…y por extensión, hacia los demás. Y en cualquier momento que experimentamos compasión, estamos experimentando nuestros corazones, nuestra capacidad para amar, nuestra conexión y unidad con los demás. Nuestra unidad con todo, y nuestra pertenencia a todo. Nuestra condición humana de estar indefensos ante nuestra mortalidad nos da nuestra experiencia con respecto al miedo…y el miedo, en nuestras frágiles vidas humanas, nos conduce a nuestro amor. Del mismo modo que el universo necesita expandirse antes de contraerse, o nuestros pulmones necesitan vaciarse antes de llenarse, sin reconocer nuestro miedo, nuestra indefensión y la dignidad de nuestra lucha…no podemos experimentar amor…y sin nuestro amor…no puede haber miedo. Ambos se necesitan mutuamente…necesitan coexistir y complementarse. Me llama la atención que el asunto y el drama a los que esta organización se dirige, va más allá de nuestras experiencias individuales de duelo y pérdida. Este asunto se dirige a un acto de reconocimiento del que todos somos capaces y estamos necesitados; un acto de compasión hacia nosotros mismos y hacia los demás que entiende que todo el mundo está de duelo. Que nuestra habilidad para admitir y reconocer nuestro miedo de estar indefensos es nuestra oportunidad y nuestra única, verdadera forma de forma de fortalecernos...y la única forma en que podemos superar el atemorizador drama de nuestra nación y las gentes del mundo. Estamos más que nunca confrontados ante la proximidad del sufrimiento, del odio, codicia y falta de conciencia del que tanto nosotros como nuestros semejantes somos capaces. Esto ha dado lugar a un aumento en el nivel del miedo nunca experimentado antes en este planeta. Esto ha dado lugar también a nuestra más grande oportunidad para ser humanos
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